¡¡YO QUIERO APRENDER!!
Es
fácil observar, sin pararse en mucha reflexión, como todo evoluciona con
extraordinaria rapidez, eso se comprueba echando un simple vistazo a nuestro
alrededor. Pero aun así todavía hay cosas que siguen un trazado muy tradicional
y siguiendo un patrón que se repite generación tras generación, por ejemplo la
escuela: un colegio, una aula, una pizarra, mesas en similar disposición, a ser
posibles alineadas, la mesa de maestros y maestras, y niños y niñas que en la mayoría de las veces
semejan a asistentes a conferencias a los que se les agradece que estén en
silencio y orden y de los que luego esperamos que reproduzcan, para
satisfacción docente, el modelo que se les propone, que por regla general no
responde a demandas o intereses propios, sino impuestos y que lo acaten como un
dogma de fe, es decir que se crean que es bueno para ellos para hacerse
mayores, y es cierto, se harán adultos, pero tal vez no los adultos que deberían
ser sino el adulto que ha moldeado manos y mentes ajenas.
Decía
Alejandro Dumas:
¿Cómo
es que, siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de
los hombres? Debe ser fruto de la educación
Puede parecer una exageración pero siendo en principio
tan buena la educación a veces parece más un medio de adocenamiento donde el
pretendido “pleno desarrollo de la personalidad” puede quedar en entredicho.
Hay algo que en la escuela, como en cualquier otro ámbito
de la vida, resulta especialmente hermoso, el
compromiso, y no al que te sientes obligado, sino al que se obliga uno
mismo, y cuando eso se produce en un aula el aprendizaje está garantizado.
Una de esas mañanas escolares, en las que no se sabe bien
por qué razones, la clase estaba alborotada, en una situación que empieza por
cualquier tontería entre dos compañeros y se empieza a expandir al resto, ante
la falta de atención, en general, de los
niños y niñas, y su agitación, me senté tranquilamente en la mesa, les miré en
silencio, poco a poco mi comportamiento les hizo reaccionar y se fueron
callando pero en una actitud expectante hasta que les dije: “Está bien,
entiendo que hoy no queréis trabajar que estáis revoltosillos y con pocas ganas
de hacer tareas, no pasa nada, pues no
se trabaja, no se hace nada y no se aprende, hoy nos lo tomamos de descanso y
hacéis lo que queráis”. Esto, la verdad, es que se lo dije sin connotaciones y convencido
de que efectivamente había que tomar en consideración sus reacciones. De pronto
Daniela exclamó: “Profe Miriam está llorando”. Efectivamente la niña, Miriam,
lloraba desconsolada, me inquieté porque eso no era normal en ella y lo achaqué
a algún incidente que me hubiera pasado desapercibido.
“¿Qué te pasa? MIriam”
Lloraba desconsoladamente y casi sin poder articular las
palabas exclamó:
¡Joooooo! Qué yo quiero
trabajar, quiero hacer los placeres
YO
QUIERO APRENDER
Toda la clase reaccionamos porque esa mañana Miriam fue
nuestra maestra y nos dio una gran lección la del compromiso y el amor propio.
Lo que se alcanza a los seis años ya nunca se pierde.