reloj estrella




sábado, 9 de mayo de 2015

Yo quiero aprender




                                                 ¡¡YO QUIERO APRENDER!!
        
Es fácil observar, sin pararse en mucha reflexión, como todo evoluciona con extraordinaria rapidez, eso se comprueba echando un simple vistazo a nuestro alrededor. Pero aun así todavía hay cosas que siguen un trazado muy tradicional y siguiendo un patrón que se repite generación tras generación, por ejemplo la escuela: un colegio, una aula, una pizarra, mesas en similar disposición, a ser posibles alineadas, la mesa de maestros y maestras,  y niños y niñas que en la mayoría de las veces semejan a asistentes a conferencias a los que se les agradece que estén en silencio y orden y de los que luego esperamos que reproduzcan, para satisfacción docente, el modelo que se les propone, que por regla general no responde a demandas o intereses propios, sino impuestos y que lo acaten como un dogma de fe, es decir que se crean que es bueno para ellos para hacerse mayores, y es cierto, se harán adultos, pero tal vez no los adultos que deberían ser sino el adulto que  ha moldeado  manos y mentes ajenas.
Decía Alejandro Dumas:
¿Cómo es que, siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres? Debe ser fruto de la educación
Puede parecer una exageración pero siendo en principio tan buena la educación a veces parece más un medio de adocenamiento donde el pretendido “pleno desarrollo de la personalidad” puede quedar en entredicho.
Hay algo que en la escuela, como en cualquier otro ámbito de la vida, resulta especialmente hermoso, el compromiso, y no al que te sientes obligado, sino al que se obliga uno mismo, y cuando eso se produce en un aula el aprendizaje está garantizado.
Una de esas mañanas escolares, en las que no se sabe bien por qué razones, la clase estaba alborotada, en una situación que empieza por cualquier tontería entre dos compañeros y se empieza a expandir al resto, ante la falta de atención, en general,  de los niños y niñas, y su agitación, me senté tranquilamente en la mesa, les miré en silencio, poco a poco mi comportamiento les hizo reaccionar y se fueron callando pero en una actitud expectante hasta que les dije: “Está bien, entiendo que hoy no queréis trabajar que estáis revoltosillos y con pocas ganas de hacer tareas,  no pasa nada, pues no se trabaja, no se hace nada y no se aprende, hoy nos lo tomamos de descanso y hacéis lo que queráis”. Esto, la verdad, es que se lo dije sin connotaciones y convencido de que efectivamente había que tomar en consideración sus reacciones. De pronto Daniela exclamó: “Profe Miriam está llorando”. Efectivamente la niña, Miriam, lloraba desconsolada, me inquieté porque eso no era normal en ella y lo achaqué a algún incidente que me hubiera pasado desapercibido.
“¿Qué te pasa? MIriam”
Lloraba desconsoladamente y casi sin poder articular las palabas exclamó:
¡Joooooo! Qué yo quiero  trabajar, quiero hacer los placeres
YO QUIERO APRENDER
Toda la clase reaccionamos porque esa mañana Miriam fue nuestra maestra y nos dio una gran lección la del compromiso y el amor propio.
Lo que se alcanza a los seis años ya nunca se pierde.

martes, 9 de diciembre de 2014

El festín de las mariposas


     

                               
                          
                                                          El festín de las mariposas

9 de diciembre de 2014
 Siempre he tenido la percepción de que cada cosa que vivía lo hacía de forma tal o que de tal manera pasaban en mi existencia  que todo quedaba absorbido por las sensaciones ocurridas en ella. La vida siempre me ha resultado increíblemente amena, la fotografía me ha hecho vivir situaciones de todo tipo, la pintura me ha sumergido en otros espacios sensoriales, algo a lo que tal vez solo asistía yo, no por nada relevante ni tan siquiera por verme inmerso en nada de lo que rodea a la fascinación artística, que siempre me pilló lejos, ausente  o al menos desprevenido, sino porque eran universos de evasión creativa que iban más allá del deseo de plasmar nada trascendente, en los que la soledad en todo caso resultaba reconfortante y por tanto también amena y divertida; igualmente los acontecimientos familiares o de cualquier otra circunstancia  me parecían intensos, especiales. Todo ello seguro que no eran tan diferentes de lo que le ocurre al común de los mortales, entonces ¿Que es lo que ha hecho que todo me parezca tan especial y maravilloso en mi vida? pues la forma en que he deseado vivir todo, con intensidad, con pasión, pero todo ello  aplicado a cualquier hecho, por intrascendente que pudiera parecer pero consciente de que en sí mismo era único y que debía quedar atrapado en mi retina, en mi alma, en mi corazón, es decir en mi sentimiento.
Con el tiempo todo esto ha ido evolucionando y transformándose, convirtiéndose en un prodigio de extraordinaria metamorfosis y sin dejar en ningún momento  de ser un egoísta   he ido invirtiendo el sentido de mis actos, en un proceso lento, casi imperceptible, pero que finalmente me ha llevado a extrapolar la trascendencia de lo propio, al espacio de lo ajeno, así, todo cuanto me llegaba en primera persona ahora me llega por terceros, he descubierto a través de la educación, a través de este simbiótico y maravilloso proceso de enseñanza –aprendizaje el placer de dar  sin esperar recibir y resulta que es cuando más y más  obtengo y observo que es cierto que cualquier forma de proceder altruista es en realidad una manera más del egoísmo que nos es inherente, pero hay algo, cuando estás ante niños que esperan lo mejor de uno, que hace que esa relación sea tan diferente y enriquecedora. Sé que este nuevo camino no es fácil  que desgasta y agota, ya lo voy notando, pero sé que me hace inmensamente feliz.
Estar en la escuela es asistir  a una especie de festín de  mariposas: diferentes, multicolores, en vuelo continuo , tanto, que a veces, hasta marea con su incesante revoloteo.
Y también con el sentimiento de lo efímero, porque cada año, cada curso, se alejan de ti, dando paso a otras nuevas mariposas con su ritual de alegres aleteos.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Mi primera semana, mis primeras sensaciones

He encontrado este tiempo y este espacio para poder compartir esta primera semana de colegio, esta mi primera experiencia como maestro y tutor de un grupo de 1º de Primaria
 ¡Qué maravilla compartir todas esas horas con estos chiquitines! En sus miradas están poniendo un montón de sentimientos y así, todos   al mismo tiempo: de dudas, de incertidumbre, a veces hasta de temor por enfrentarse a lo desconocido y al desconocimiento, de continua esperanza, de anhelo, se sorpresa, de admiración, de alegría, de pesar, de satisfacción, de aburrimiento, de exaltación por conseguir superar un pequeño reto, de impaciencia por no verse atendidos de inmediato, de ternura, de amabilidad, de agradecimiento, de enfado cuando les llamas la atención o incluso de pena si es que eso les aflige, a ratos de nostalgia cuando miran hacia la ventana, seguro que pensando en su libertad perdida cada mañana, también de desdén o fastidio ante una tarea algo más complicada y difícil de solventar, de sueño (¡¡Pobres!!), de irremediable conformismo por tener que acatar esas pequeñas normas con las que se han comprometido y que no entienden muy bien del todo, de ese sentimiento de emoción ante la aprobación de su profe por una tarea bien hecha...pero de todas las expresiones que son capaces de manifestar me quedo con esa última al final de jornada cuando les acompaño hasta la puerta del colegio y nos despedimos con un beso y un abrazo y entonces me sonríen felices dejando flotar en el aire la dulce sensación de que al día siguiente tendremos la alegría del feliz reencuentro y entonces contentos abandonan los brazos del sistema social que les obliga a estar en el colegio para dejarse caer en los brazos de sus mamás y papás pero...hay esa última mirada, en ese último ¡¡Hasta mañana!! lleno de complicidad que a mi me llena de ilusión para seguir trabajando por ellos, para seguir esforzándome y para que sean inmensamente felices en su colegio, porque en esta primera semana he comprendido algo absolutamente maravilloso y es que la mejor forma de aprender es sintiéndonos felices.

Y así me siento yo, feliz por seguir aprendiendo, porque lo que estos niños y niñas no saben todavía es que con ellos el qué más aprende soy yo.

Por eso me he dado cuenta al temirnar esta primera semana y hacer esta reflexión, que consciente o inconscientemente, no lo sé, he eludido sentarme en la mesa del profe y me he sentado en una mesa y una silla como la de ellos, para mejor compartir. A mi de pequeño  recuerdo que me impresionaba la mesa del profe y aquellas figuras adultas orgullosas de ostentar el poder, de una manera u otra, más amables o menos, más cariñosos o menos, pero siempre vi en aquella mesa la representación del poder omnimodo que todo lo sabía y todo lo podía y ante la cual yo me sentía muy pequeño, yo prefiero que mis niños y niñas se sientan gigantes, la mesa del profe es para todos, lo siento sé que es difícil estar de acuerdo con esto pero yo no siento perder ningún tipo de autoridad por ello, todo lo contrario, mi autoridad moral no me la ha otorgado un título, ni una administración, ni siquiera yo mismo, me la otorgan ellos y ellas con su cariño y con el que yo soy capaz de darles.